Cuando
él solía preguntarme si lo quería, yo siempre le respondía que solo lo quería
un poco, siempre con una indiferencia forzada, aunque muy muy en el fondo de mi
alma, él era todo mi mundo, mi gran amor, en serio estaba ferozmente enamorada
de su sonrisa, su voz y sus palabras dulces, el universo infinito de sus ojos,
el paraíso de su pecho… Feroz y locamente enamorada.
Y
es que ¿cómo no amar las noches infinitas de insomnio a su lado? Sí, esas
noches en las que la distancia nos separaba y el amor nos unía ¿era amor? Por
supuesto que era amor, yo lo amaba, de verdad, de verdad lo amaba, habría
podido pasar el resto de ms días a su lado, y no habría dejado de amarlo, me
encantaba verlo, me encantaba hacerlo reír, escucharlo hablar de cada cosa que le
salía bien, incluso amaba escucharlo cuando estaba enojado o triste, me gustaba
ayudarlo con sus problemas.
Estaba
enamorada de todas sus facetas, incluso cuando estaba de mal humor.
Eso
fue hace tanto tiempo, y a mí me parece que fue ayer, cuando caminábamos por el
parque tomados de la mano, cuando hablábamos de las miles de cosas que nos
ocurrían día a día, me pregunto si él me recuerda… ¿Pensará en mi de vez en
cuando? Si lo hace ¿sonreirá al recordarme?
Ó ¿acaso ya me habrá olvidado?
¿Qué habrá hecho con mis cosas? ¿Las habrá tirado como yo hice con algunas de
él? ¿O las habrá guardado como yo guardé
otras tantas?
Tengo
tantas preguntas al aire, tanto que decirle a su ausencia… Y él no está, a
veces siento que Benedetti entiende a mi alma, otras, pienso en el poema xx
de Neruda y creo que nadie más podría
comprender lo que siento.