Ya todo el caos había pasado, pero ella, estaba ahí, en medio de ruinas con la mitad del rostro derretido y el vestidito manchado de hollín, pensando en la ironía de todo aquello, pues el fuego había consumido su hogar, aquel anaquel de caoba en el que reposaba coqueta y paciente con sus rizos negros y ojos pulidos, pero las llamas no la mataron... Lo que la iba a matar era la nieve que se colaba por un agujero en el techo cubriendo todo de un blanco inmaculado.
Una lágrima que se congeló al rodar selló su último parpadeo y sus ojitos tristes no se volvieron a abrir...