En aquel café, volvimos a vernos, yo estaba sentado tomando... No recuerdo lo que estaba tomando, así de intenso fue el efecto que esa chica menuda causó en mí con sus impactantes ojos y la sonrisa más contagiosa que he visto en mí vida... Se sentó en la mesa de al lado moviéndose con gracia y soltura mientras yo la veía embobado, sin pensarlo, me acerqué a ella y le pregunté su nombre, en ese momento se paró el tiempo sentí una corriente eléctrica por todo el cuerpo...
- Hola - dije mientras sentía el rubor en mis mejillas.
- Hola...
Me sonrío, mientras me miraba a los ojos, Dios!! Qué ojos!!
- Me llamo Lucas.
- Lucía...
La conversación siguió, tranquilamente, hicimos química de inmediato y sinceramente, esa mujer guapa, me cautivó, no solo con su físico, porque simplemente era hermosa en todo contexto.
Lucía era una mujer con una mente brillante y espontánea, romántica y de pronto incongruente, pero era parte de su encanto.
Encanto... Es una palabra muy amplia, porque era precisamente lo que yo sentía por ella, me encantaba cada parte de su cuerpo y cada extraño rincón de su alma.
Lucía, Lucía, Lucía, si tan solo ella aceptara "una vez más", repararía cada pieza de su corazón roto, rompería los esquemas que nos separaron, le pediría perdón por mi terquedad y mi idiotez al perderla, porque claro que fue mi culpa, ¿y cómo no iba a serlo, si yo la herí?
Herí a Lucía en lo más profundo de su alma indomable, cambié a esa chica que le daba chispa y sabor a mi vida, por un maniquí hueco y sin sentimientos de cuerpo y rostro angelicales...
Lucía era perfecta, la mujer más inteligente que he conocido en mi vida, me ayudaba a estudiar en cada examen complicado de mi facultad, porque juro que era brillante, tanto si le hablaban de física o química, diferenciales o integrales, siempre la admiré, pero a pesar de ser una excelente matemática, lo que en verdad le apasionaba era la literatura y el ballet.
Aún recuerdo cuando me hablaba de amor, siempre con sus citas textuales que me impulsaron a leer; me contaba sobre Shakespeare, pero lo que más le gustaba leer era Benedetti y Neruda. Jamás había conocido a una mujer que me dedicara poesía, poesía de verdad, y mucho menos que me escribiera.
Porque ella me escribía, nunca nadie me había escrito, y no me refiero a esos superfluos mensajes de texto, ella me escribía de verdad, con su puño y letra, páginas y páginas repletas de amor y dedicación, de vehemencia, pasión y sentimientos.
Ella no es de las chicas que son fáciles de encontrar, de hecho, ahora que lo pienso, me pregunto por qué se fijó en mí, por qué enamorarse de mí, estando rodeada de hombres inteligentes, con mentes como la de ella, interesantes, cultos, sin vicios, hombres de verdad que no necesitaban inventar historias para impresionar, hombres que contaban verdades y le dedicaban canciones de amor.
Yo no era más que un pobre mocoso inmaduro con la cabeza llena de fantasías, un patán que se enamoró de una chica maravillosa; y es que "como no haber amado sus grandes ojos fijos", ella era el amor de mi vida y la perdí; gracias a ella, aprendí a escribir, pero jamás podría dedicarle mis palabras a alguien más, porque lo mejor de mí, lo tiene Lucía, se lo llevó sin que yo me diera cuenta justo cuando la alejé...